Adrián nació y se crio en una comarca rural de la sierra sur, en la provincia de Jaén. Sus abuelos y su padre trabajaban duramente en el campo realizando labores agrícolas para el cuidado y la posterior recolección de la aceituna. Desde muy joven ayudaba en tareas como la preparación de las soleras, el desvaretado del olivo y su curación.
Se educó en el seno de una familia tradicionalmente católica. Las visitas a la Ermita de la Virgen de las Desamparadas eran frecuentes, las misas de doce cada domingo, la catequesis y la Semana Santa. Era el camino elegido para su desarrollo educativo basado en el respeto y los valores principales como la lealtad, la confianza y el amor al prójimo.
Tenía dos hermanas, Prosa y Poesía. Como era el benjamín de la familia, apenas podía disfrutar de los juguetes nuevos que solían recibir sus hermanas en ciertas fechas señaladas y festivas, pero sí disponía del tiempo y la imaginación suficiente para soñar y convertirse en un malvado corsario, cruzando los mares inhóspitos y plagados de emboscadas, luchando cuerpo a cuerpo con su espada de madera, con su sombrero de paja, con sus alpargatas desgastadas y polvorientas, sometiendo y venciendo al perverso enemigo. Los cuentos de aventuras eran su pasión, su auténtica diversión y pasatiempo… por supuesto, los sueños eran gratuitos.
La música también ocupaba gran parte de las horas intempestivas, mientras trabajaba en el campo, durante el camino de ida y vuelta, a la luz de la aurora, en el crepúsculo del atardecer, imaginariamente y tarareando melodías que escuchaba alguna que otra vez en el despacho contiguo a la biblioteca del colegio. Aquel negociado era regentado por un viejo profesor de música ya retirado y jubilado y, que se dedicaba principalmente a recopilar obras maestras para luego mostrarlas al público visitante, como sonido celestial de fondo, amenizando el ambiente sosegado de su antigua librería.
Adrián siempre quiso emular y parecerse continuamente a sus dos hermanas mayores, celebraba el ritmo locuaz de sus palabras, su asidua confrontación de estilos mientras ellas ejecutaban un baile literal y armonioso a la vez que, retozaban alegremente con figuras retóricas, pero no exentas de belleza y fantasía.
Adrián tenía dos grandes amigos, Relato y Novela; el primero le ofrecía una valiosa amistad, sobre todo en las tardes calurosas de agosto donde, a pesar de disponer de mucho más tiempo libre, intentaba compaginar sus placeres musicales con paseos interminables alrededor de la muralla que circundaba Iltiraka, su pueblo natal. Relato era una persona muy intensa, muy emocionante, pero breve siempre en su alocución y compañía. Novela, sin embargo, era más contemplativa y descriptiva, mucho más constante en su empeño, jamás se separaba de su lado y pocas veces dejaba de aparecer durante las noches, bien fuera con una visita inesperada o con un mensaje alentador. Los tres formaban un magnífico equipo donde jugar a tres bandas en el terreno singular de los sueños literarios.
Prosa y Poesía tenían un grupo de amigas bastante amplio: Metáfora, Anáfora, Hipérbole y Alegoría, cada cual más atrevida y dispar. Cada tarde quedaban para jugar en la Plaza de los Libros Olvidados, un lugar común y frecuentado por los vecinos del pueblo; no obstante, un día a la semana, habitualmente los viernes y en este mismo sitio se celebra el mercadillo de las palabras. En este curioso rastro se podían adquirir por un precio módico distintas variedades de caracteres, grafemas y símbolos, mayúsculas, cursivas y etcéteras. Luego, en los bancos de la plazuela y a la sombra de un viejo roble, intercambiaban sus preciadas adquisiciones para sus propias colecciones, formaban diversos vocablos con significados diversos y variados, un juego singular y alentador. Sin duda una oportunidad muy interesante para ávidos coleccionistas de la caligrafía.
Adrián tenía un sueño silencioso, fugaz, valiente… un sueño que le hacía despertar el anhelo de emprender su propia aventura. Sin embargo, cada noche, de vuelta a casa por aquellos caminos empedrados y oscuros, sentía la necesidad de verse protegido por la tenue luz de la luna, abrigado por la suave brisa fresca y acompañado del sonido sosegado de la quietud del bosque. La realidad, su realidad era bien distinta. Los pasos que había que dar eran demasiado grandes. Aterido y con el resquemor, consciente de sus propias dificultades, no dejaba de soñar en silencio, de una manera efímera y huidiza, antes de dormir… y siempre al despertar.
Una mañana fría de invierno, después de un largo paseo, se acercó a la vieja biblioteca. Estaba cerrada. Miró a través del sucio cristal del ventanal y comprobó con asombro que ya no estaba el antiguo tocadiscos. Las estanterías se encontraban totalmente vacías de libros. Al parecer, el vetusto local había sido traspasado y vendido a una empresa que se dedicaba a reformarlos y acondicionarlos para darles un uso turístico: sería la nueva Oficina de Turismo de la villa. Las libretas y los libros habían sido trasladados al Cementerio de los Cuentos Sin Final donde, paradójicamente, encontrarían su descanso eterno.
Entristecido y apesadumbrado sopesó la idea de dar un paso adelante y conseguir el ansiado sueño. Buscaría una túnica guardada desde hace años al fondo de un armario, una prenda sin uso y ya olvidada. A continuación, sus botas con las que trabajaba en el campo ayudando a su padre, un grueso cinturón de cuero, áspero y rugoso… y su pieza más codiciada: una espada de madera abandonada en el desván, a la que llamaría Pluma. Se encomendaría a las musas paganas en su afán de conquistar la tierra prometida, Página.
El cielo no está al alcance de todos, tampoco el infierno. Pero Adrián pensaba que jamás sería feliz si no intentaba hacer lo que quería, si no era capaz de mantener una conversación consigo mismo y aprender que la vida no es más que una historia con moraleja. Abrió de par en par, lentamente aquella ventana de cielos blancos y empezó a trazar historietas con su espada, primero una tarde, después a la mañana siguiente, despacio, volviendo atrás para seguir avanzando, conociendo nuevos personajes, nuevos escenarios, nuevas sensaciones…
Adrián era consciente de que esta aventura, su aventura, solo acababa de comenzar.©
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