Granada despidió del escenario
al rey de los poetas, a Sabina,
al hijo redentor de un comisario,
al sumo cantautor de las rutinas.
Mi lágrima brotó de un diccionario
repleto de canciones y en la esquina
del bar de mis pecados necesarios
dejé y abandoné mi medicina.
No es “hola”, es un “adiós” con “hasta luego”,
Es solo un intermedio sabinero
pues nunca me abandona el corazón.
Es parte de mi vida, es como un juego,
mi vicio, mi bombín como sombrero,
el verso sin final de mi canción.©
Joaquín Sabina en Granada.

