domingo, 28 de junio de 2020

SOMBRAS INVISIBLES

Te pierdes en mis sueños imposibles,

te busco por las calles del anhelo

creyéndome tus sombras invisibles

y el viento, la caricia en tu pelo.

 

Te encuentro cuando menos se te espera

al fondo de un deseo desconocido.

Me ganas sin esfuerzo la carrera

y sólo queda darme por vencido.

 

Me entrego fácilmente a tu pasión

sin trucos que liberen mi atadura.

La historia que se escribe sobre el guion

 

entiende el desenfreno sin cordura.

Es fácil que adivines mi intención,

tu cuerpo me provoca con locura.

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jueves, 18 de junio de 2020

ÚBEDA

Úbeda es un canto a la belleza espiritual, una parada en el tiempo donde el verso renace, el silencio que grita por dentro, muros repletos de historia y de nuestro presente, emociones y pasiones perdidas, piedra hermosa en el cerro que te atrapa enamorado para siempre.






miércoles, 17 de junio de 2020

DONDE LLORAN LAS ESQUINAS

Te encontré donde lloran las esquinas,

al abrigo de un frio tembloroso.

Los piropos se gritan con sordina,

y las formas se guardan en reposo.

 

Esa noche sirvió de emboscada

a dos locos borrachos sin remedio.

Aquel beso no fue una bofetada

y duró madrugadas de promedio.

 

Yo te invito una copa en mi balcón,

tú prefieres bailar en la terraza.

Yo no quiero que cantes nuestra canción

 

ni me mientas, cumpliendo tu amenaza.

Dame sólo, si quieres, un revolcón

mientras sueño contigo y me abrazas.

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martes, 9 de junio de 2020

TODA UNA VIDA LUCHANDO

              Casi todas las mañanas, Juan salía a pasear, bien ataviado, y acompañado de su bastón. Sonreía y saludaba a sus viejos amigos, y a los vecinos que se encontraba mientras se dirigía al parque, a su banco favorito, donde al cabo de un rato de lectura, gustaba de recoger unas cuantas migas de pan que guardaba recelosamente en el bolsillo de su chaqueta, para ofrecerlas a las palomas.

            Por su cabeza volaban los recuerdos vertiginosamente, al igual que el tiempo. Dicen que cuando te haces “mayor”, los días pasan más deprisa y veloces. Por la misma razón que ellos caminan despacio: para saborear la vida con más ímpetu, si cabe.

            A los dieciséis años tuvo que emigrar a Cataluña, en busca de un mejor porvenir. Trabajó desde niño, pues desde la posguerra y hasta ese tiempo, las familias ponían todo su empeño en las labores del campo y en intentar sobrevivir a la pobreza típica de aquella época. Tan sólo unos pocos privilegiados podrían seguir sus estudios en la ciudad más cercana, y los más afortunados, continuar sus conocimientos en la universidad.

            Más tarde, llegarían las primeras manifestaciones a favor de las libertades y un futuro mejor. La llegada del turismo y la progresiva industrialización de segmentos, como la metalurgia y el automóvil hicieron el resto. A lo lejos, una llama de esperanza iluminaba el final del túnel de una página cruel y oscura en este país. La muerte del dictador dio paso a la transición y a la postre, a las primeras elecciones democráticas.

            Sobrevivieron infinidad de crisis económicas y financieras, pero con sus manos, levantaron el país como pocas generaciones pueden presumir. Vieron a los hijos nacer y crecer con lo que ellos nunca tuvieron, y a base de sobresaltos, no dudaron en sacar las familias adelante. Luego llegaron las nuevas tecnologías, y aunque algunos de ellos siguen ajenos a esta moda contemporánea, reconocen que, gracias a ellas, han podido sentirse más cercanos a sus seres queridos en estos últimos tiempos que nos ha tocado vivir.

            Juan llevaba más de treinta días sin acudir a aquel parque, a darle de comer a las palomas y a leer su libro de poemas favorito. Un virus desconocido, de procedencia extraña y al que no dábamos importancia se implantó en nuestras vidas y prometía cambiar nuestra forma de vivir. Se llevó a su esposa de la manera más inhumana que él hubiera imaginado. Sin despedidas, después de cuarenta años de matrimonio siempre unidos, a las duras y a las maduras. No era justo que aquella historia de amor terminara así.

            Pero Juan siempre fue un luchador, como generalmente, todos los de su generación. Después de un largo tratamiento y gracias al enorme trabajo del equipo sanitario del hospital, recibió el “alta”. Había expulsado de su cuerpo, aquel maldito bicho que vino a implantarse en su vida para siempre.

            De vuelta a casa se encontró de nuevo con la familia; hubo muchas lágrimas, nudos en la garganta y muchas ganas de abrazar. Pero los brazos permanecieron inmóviles. No hubo besos, ni siquiera caricias. Sólo cariño a dos metros de distancia y la promesa de mantenerse siempre unidos.

            Mientras, Juan, después de comer algo y tomarse la medicación, se recuesta en el sillón y piensa en ella, y en aquel poema que tanto le recitó en aquel banco del parque, ahora recién pintado con los colores del arcoíris. El primer día que pueda, saldrá a dar un paseo con su mascarilla, y como de costumbre, llevará unas cuantas migas de pan en el bolsillo. Sabe que las palomas no le guardarán ninguna distancia de seguridad.

 

                                                                    Joaquín Palomar Parra ©