SU NOMBRE
Era una
mañana fría y lluviosa de invierno. Me introduzco aprisa y corriendo en la
primera cafetería que encuentro abierta y se me ocurre que es un buen lugar
para comenzar a escribir lo primero que se me venga en mente.
Estos
lugares guardan un misterio sobrecogedor y como buen observador, comienzo a
imaginar las particularidades, los problemas, las curiosidades y las
inquietudes que acompañan a cada una de los personajes que ocupan este pequeño
lugar. Compartimos en el ambiente los pensamientos, las extravagancias y los quehaceres cotidianos, a veces incluso
casi, las conversaciones.
Pido un café
solo, muy caliente y sin azúcar. Despliego mis cuartillas sobre la mesa, el
viejo bolígrafo, algunos apuntes o borradores de antiguos poemas sin terminar
en el interior de una carpeta, y por un momento me siento observado. Pero no le
doy la mayor importancia.
Al otro lado
del cristal mojado, un perro labrador contempla
el interior del local y espera pacientemente a que su dueño termine la tostada
con aceite y la discusión que azarosamente mantiene con el camarero.
En la mesa
de al lado, cuatro mujeres mantienen una agitada controversia verbal sobre la
opinión que les merece algún político de dudosa reputación. Y al fondo de la
barra, un tipo de aspecto raro ojea las ilustraciones y las primeras páginas de
un libro sobre aforismos y frases.
Mas al fondo
y casi escondida me sorprende la figura de una bella mujer; piernas cruzadas,
mirada perdida, pensativa quizá hacia la nada y el tiempo. Dudando pero a la
misma vez firme, temblando pero desafiando mis instintos y sin permiso, decido
dar el paso y acercarme. Juraría que la había visto mil veces; -“¿Nos
conocemos? ¿Quizá nos hayamos visto alguna vez?”
Sonríe y por
un momento parece que el tiempo se detiene. “¡Por supuesto que nos conocemos.
Más de lo que crees!” Sus ojos parecían interrogar a la verdad en cada instante
que cruzaba mis palabras con ella. Sus brazos te daban la bienvenida y te
invitaban a entrar al inquietante juego de las adivinanzas, yo te digo y tú me
cuentas; ¿el resultado final? Empate a sinceridad.
Paró de
llover. Leve y tímidamente asomaba el sol. Decidimos seguir compartiendo aquel
momento paseando por la ciudad. Sentíamos una oscura y extraña atracción que
alejaba cualquier posibilidad de aplazar aquel éxtasis. Nos mirábamos mostrando
nuestros sentimientos desnudos, con estupor, aunque sin embargo, en esas pausas
silenciosas la risa volvía a aparecer como parte de nuestra complicidad.
Después del
almuerzo nos acompañaron varias copas. Sonaba de fondo nuestra música favorita,
aunque no prestábamos demasiada atención. Me mostró algunas confidencias que
estaban escondidas aunque no olvidadas en su interior y es entonces cuando
surgieron las lágrimas en sus ojos enigmáticos que descifraban que detrás de
ella, y detrás de su sonrisa había algo más. Por unos segundos el frio se
apoderó de ella y deseó que la acompañara a su casa. Por supuesto accedí,
aunque mi menor deseo seria encontrarme algún familiar allí, sus hijos o quizá
su marido. La inquietud y el miedo se adueñaban de mí, pero ella parecía tener
un sexto sentido. “No hay nadie, y él no creo que vuelva por aquí. Pasa acomódate.
Como dice la canción, no hay nada
prohibido “.
Su hogar era
muy pequeño y acogedor con todo muy ordenado, los libros bien colocados en la
estantería, las sillas milimétricamente situadas y los muebles plenamente
organizados y orientados para proporcionar una sencilla comodidad. Pero lo que
más me llamó la atención fue el color predominante tanto en la pintura de las
paredes, como también y en un tono más oscuro el de las puertas y las ventanas,
las cortinas o incluso las flores que adornaban la mesa: violeta. Como el del
vino que me sirvió en su copa, aunque con un tinte más azulado. Como el de sus
ojos cuando pude contemplarlos aun más cerca en nuestro primer beso
embriagador, mezclándonos por dentro y emborrachándonos el uno del otro, sin
ponernos un límite, dejando el resto del mundo a un lado. Nuestros brazos
enredados entre besos cada vez más prolongados y mostrando nuestros corazones
desnudos, envueltos en una ternura incesante como amantes sin descanso.
Sus piernas
eras como dos alas de mariposa que te hacían volar hacia los deseos de la
noche. Y yo entre ellas, uniendo
cualquier distancia insalvable, el cielo y el infierno, el fuego y la lluvia. Y
como un rio a contracorriente, intentando acariciar la orilla como quien llega
a tierra prometida, mientras pienso que ojalá se detuviera el tiempo que en ese
instante parece convertirse en eterno.
Que nadie
nos despierte, que nuestro sueño no se desvele. La belleza es así de
silenciosa, pensaba mientras la veía dormir. Pero el maldito teléfono sonó: su
ex marido debía partir urgentemente de viaje y dejaba con ella a su hija
pequeña. En una hora estaría allí. Mientras nos despedíamos me dijo que por un
momento se había olvidado del odio y la desidia que llevaba dentro, que había
dejado de creer en el amor, y que los últimos años de convivencia con su pareja
fueron un autentico infierno. Conseguí citarme con ella a la mañana siguiente y
durante esa despedida con prisas y besos meditaba en mi interior: “como dice la
canción, no vayas a enamorarte”.
A la mañana
siguiente acudí de nuevo a la misma cafetería. Otra vez llovía y el frio calaba
hasta los huesos. Habíamos quedado más o menos a la misma hora, aunque yo me
apresuré a llegar un poco antes. Como de costumbre extiendo mis libretas y mis
apuntes sobre la mesa mientras me quedo pensativo y con la mirada perdida. De
repente me despierta una voz que exclama: “Su café. Solo y sin azúcar, como
usted quería, caballero”. Tardo en responder, estupefacto y sorprendido ante
una situación difícil y extraña. Miro alrededor y un perro labrador ladra alborotado al otro lado del cristal. Varias chicas
conversan en la mesa de al lado, y una mujer bellísima de brillantes ojos azulados
se acerca hacia mí atravesando aquel pequeño local: “¿Me das fuego?”... “Por
supuesto”, reacciono atónito mientras le pregunto: “¿Nos conocemos?, ¿Quizá nos
hayamos visto alguna vez?”… Y ella contestó con una risa irónica y a la vez desconfiada:
“¡Por supuesto que no… gracias!”. Y se marchó ante lo que mi imaginación
percibía como una promesa de hallazgo y encuentro, y ante la realidad de que la vida no es más
que un camino lleno de metáforas y sueños.
Debo
confesar que en mis momentos de soledad y recuerdos, ella aparece en mi
pensamiento a menudo e intento escribir el poema que la retrate tal cual, con
su belleza y su espíritu, pero nunca lo he conseguido. Entre otras cosas,
porque nunca supe ni sabré… su nombre.
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