miércoles, 6 de febrero de 2019

SU NOMBRE


SU NOMBRE
            Era una mañana fría y lluviosa de invierno. Me introduzco aprisa y corriendo en la primera cafetería que encuentro abierta y se me ocurre que es un buen lugar para comenzar a escribir lo primero que se me venga en mente.
            Estos lugares guardan un misterio sobrecogedor y como buen observador, comienzo a imaginar las particularidades, los problemas, las curiosidades y las inquietudes que acompañan a cada una de los personajes que ocupan este pequeño lugar. Compartimos en el ambiente los pensamientos, las extravagancias y los quehaceres cotidianos, a veces incluso casi, las conversaciones.
            Pido un café solo, muy caliente y sin azúcar. Despliego mis cuartillas sobre la mesa, el viejo bolígrafo, algunos apuntes o borradores de antiguos poemas sin terminar en el interior de una carpeta, y por un momento me siento observado. Pero no le doy la mayor importancia.
            Al otro lado del cristal mojado, un perro labrador contempla el interior del local y espera pacientemente a que su dueño termine la tostada con aceite y la discusión que azarosamente mantiene con el camarero.
            En la mesa de al lado, cuatro mujeres mantienen una agitada controversia verbal sobre la opinión que les merece algún político de dudosa reputación. Y al fondo de la barra, un tipo de aspecto raro ojea las ilustraciones y las primeras páginas de un libro sobre aforismos y frases.
            Mas al fondo y casi escondida me sorprende la figura de una bella mujer; piernas cruzadas, mirada perdida, pensativa quizá hacia la nada y el tiempo. Dudando pero a la misma vez firme, temblando pero desafiando mis instintos y sin permiso, decido dar el paso y acercarme. Juraría que la había visto mil veces; -“¿Nos conocemos? ¿Quizá nos hayamos visto alguna vez?”
            Sonríe y por un momento parece que el tiempo se detiene. “¡Por supuesto que nos conocemos. Más de lo que crees!” Sus ojos parecían interrogar a la verdad en cada instante que cruzaba mis palabras con ella. Sus brazos te daban la bienvenida y te invitaban a entrar al inquietante juego de las adivinanzas, yo te digo y tú me cuentas; ¿el resultado final? Empate a sinceridad.
            Paró de llover. Leve y tímidamente asomaba el sol. Decidimos seguir compartiendo aquel momento paseando por la ciudad. Sentíamos una oscura y extraña atracción que alejaba cualquier posibilidad de aplazar aquel éxtasis. Nos mirábamos mostrando nuestros sentimientos desnudos, con estupor, aunque sin embargo, en esas pausas silenciosas la risa volvía a aparecer como parte de nuestra complicidad.
            Después del almuerzo nos acompañaron varias copas. Sonaba de fondo nuestra música favorita, aunque no prestábamos demasiada atención. Me mostró algunas confidencias que estaban escondidas aunque no olvidadas en su interior y es entonces cuando surgieron las lágrimas en sus ojos enigmáticos que descifraban que detrás de ella, y detrás de su sonrisa había algo más. Por unos segundos el frio se apoderó de ella y deseó que la acompañara a su casa. Por supuesto accedí, aunque mi menor deseo seria encontrarme algún familiar allí, sus hijos o quizá su marido. La inquietud y el miedo se adueñaban de mí, pero ella parecía tener un sexto sentido. “No hay nadie, y él no creo que vuelva por aquí. Pasa acomódate. Como dice la canción, no hay nada prohibido “.
            Su hogar era muy pequeño y acogedor con todo muy ordenado, los libros bien colocados en la estantería, las sillas milimétricamente situadas y los muebles plenamente organizados y orientados para proporcionar una sencilla comodidad. Pero lo que más me llamó la atención fue el color predominante tanto en la pintura de las paredes, como también y en un tono más oscuro el de las puertas y las ventanas, las cortinas o incluso las flores que adornaban la mesa: violeta. Como el del vino que me sirvió en su copa, aunque con un tinte más azulado. Como el de sus ojos cuando pude contemplarlos aun más cerca en nuestro primer beso embriagador, mezclándonos por dentro y emborrachándonos el uno del otro, sin ponernos un límite, dejando el resto del mundo a un lado. Nuestros brazos enredados entre besos cada vez más prolongados y mostrando nuestros corazones desnudos, envueltos en una ternura incesante como amantes sin descanso.
            Sus piernas eras como dos alas de mariposa que te hacían volar hacia los deseos de la noche. Y yo entre ellas, uniendo cualquier distancia insalvable, el cielo y el infierno, el fuego y la lluvia. Y como un rio a contracorriente, intentando acariciar la orilla como quien llega a tierra prometida, mientras pienso que ojalá se detuviera el tiempo que en ese instante parece convertirse en eterno.
            Que nadie nos despierte, que nuestro sueño no se desvele. La belleza es así de silenciosa, pensaba mientras la veía dormir. Pero el maldito teléfono sonó: su ex marido debía partir urgentemente de viaje y dejaba con ella a su hija pequeña. En una hora estaría allí. Mientras nos despedíamos me dijo que por un momento se había olvidado del odio y la desidia que llevaba dentro, que había dejado de creer en el amor, y que los últimos años de convivencia con su pareja fueron un autentico infierno. Conseguí citarme con ella a la mañana siguiente y durante esa despedida con prisas y besos meditaba en mi interior: “como dice la canción, no vayas a enamorarte”.
            A la mañana siguiente acudí de nuevo a la misma cafetería. Otra vez llovía y el frio calaba hasta los huesos. Habíamos quedado más o menos a la misma hora, aunque yo me apresuré a llegar un poco antes. Como de costumbre extiendo mis libretas y mis apuntes sobre la mesa mientras me quedo pensativo y con la mirada perdida. De repente me despierta una voz que exclama: “Su café. Solo y sin azúcar, como usted quería, caballero”. Tardo en responder, estupefacto y sorprendido ante una situación difícil y extraña. Miro alrededor y un perro labrador ladra alborotado al otro lado del cristal. Varias chicas conversan en la mesa de al lado, y una mujer bellísima de brillantes ojos azulados se acerca hacia mí atravesando aquel pequeño local: “¿Me das fuego?”... “Por supuesto”, reacciono atónito mientras le pregunto: “¿Nos conocemos?, ¿Quizá nos hayamos visto alguna vez?”… Y ella contestó con una risa irónica y a la vez desconfiada: “¡Por supuesto que no… gracias!”. Y se marchó ante lo que mi imaginación percibía como una promesa de hallazgo y encuentro,  y ante la realidad de que la vida no es más que un camino lleno de metáforas y sueños.
            Debo confesar que en mis momentos de soledad y recuerdos, ella aparece en mi pensamiento a menudo e intento escribir el poema que la retrate tal cual, con su belleza y su espíritu, pero nunca lo he conseguido. Entre otras cosas, porque nunca supe ni sabré… su nombre.
 ©



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