Una luz inaugura la jornada,
la mañana se viste muy despacio,
y un portazo condena abandonada
la triste soledad de este palacio.
El tiempo se acostumbra a no perderse,
el cielo no existe sin tus maletas.
La clave del final es atenerse
cumpliendo viejas normas obsoletas.
La princesa, fregando la escalera…
y el príncipe leyendo pergaminos.
Y llorando se va la primavera
mezclando nuestra sangre con el vino.
Nació siendo mujer y guerrillera,
luchando con su instinto y su poder.
A veces, sorteando las barreras…
a veces, no se cansa de querer.
El amor fue un engaño del destino,
una trampa bañada en ilusión,
un beso en una sombra del camino,
el silencio después de un bofetón.
Las lágrimas recorren su mejilla
y el viento le recuerda la verdad.
Una flor que se viste con mantilla
y una cura de maldita humildad.
Los años van pasando muy deprisa,
los hijos van creciendo sin temor.
La madre nunca guarda su sonrisa,
y olvida por momentos el dolor.
Las arrugas engañan al espejo,
el perfume es una fuente sin agua
que aconseja verdades sin complejos
y al príncipe le pierden las enaguas.
Una tarde, curando las heridas,
la mirada fue cubriendo su pena,
la vida malgastada y malherida,
la sangre volaba por sus venas.
Preparó con esmero un triste viaje,
con su sueño y su vestido de fiesta.
En la mano, ligera de equipaje,
una flor con pregunta y sin respuesta.
Las palabras borraron los latidos
y un grito estruendoso le atenazaba.
La indolencia y el alcohol unidos,
y una mano cobarde, le bastaba.
La espada fue directa al corazón,
buscando arrancarle la libertad.
Un pañuelo manchado sin razón
sembraba las mentiras con verdad.
Y al final del camino, sombra y mar,
a pesar de la noche y el hastío.
Su pecado más fiel: saber amar
mezclando aquel calor con el frío.
La amenaza se volvió poesía
y el viaje, una eterna realidad.
Hay momentos de pasión y alegría
en la senda de la triste soledad.
El triste guiño de un ojo morado,
una historia que juega con la muerte.
Una pobre princesa del pasado…
ni una más y ni una menos, sin suerte.©