domingo, 25 de marzo de 2018

EL MALDITO LÁPIZ


EL MALDITO LÁPIZ.


En la vida, no todos los trenes viajan hacia el norte. Algunos al contrario, se dirigen hacia el sur. Él tenía entonces casi nueve años cuando sus padres decidieron que para llevar una vida mejor y más tranquila, volverían al pueblo natal de su madre a iniciar nuevos proyectos, y comenzar un nuevo ciclo más allá del mundanal ruido de las ciudades en las que ya solo encontraban la frialdad de su gente y el hormigón desagradecido que no dejaban entrar el sol en las calles.
Volvían a un pueblo de la comarca del Condado, pequeñito y rodeado de olivos, que le hacía poseer un encanto especial. Para un niño de su edad, poder jugar en plena calle con los amigos, pasear sin ningún peligro con la bicicleta o sentarse en la puerta de noche a contemplar las estrellas era un autentico lujo. Sin embargo los primeros días fueron difíciles. Digamos que no fue bienvenido. Sus compañeros de clase, que lo observaban con extrañeza no tuvieron otra ocurrencia que dejar en su pupitre el lápiz de una niña y acusarle de haberlo robado. Le aguardaron a la salida, le gritaron despectivamente su “origen patrio” y le pegaron. No os alarméis... hoy día ese chaval que tuvo la malvada idea es uno de sus mejores amigos.
Paradójicamente, y en ese mismo lugar encontró “la horma de su zapato” en un amigo que había hecho casi el mismo recorrido para acabar en el mismo sitio y casi en las mismas circunstancias. Fue casi su hermano durante mucho tiempo, hasta que el destino los separó y hoy hace 25 años aproximadamente que no sabe nada de él.
Estudió E.G.B. en el colegio del pueblo con profesores de “palmeta en mano”, “collejas” y que además, se empecinaban en “la letra con sangre entra” y “hazme un dibujo que yo voy a echar una cabezadita”. Luego sus padres, intentando ponerle al alcance un futuro mejor y confiando en la buena entrega de su hijo, lo enviaron a Úbeda, al colegio Salesianos. Quizá ahí empezó a darse cuenta de su amor por las letras, la música, la historia, el cine y todo lo que rodea el mundo de la cultura.
Una vez, en un mercadillo del pueblo y que habitualmente exponían los sábados en su propia puerta se compró una cassette grabada, una copia… (lo que hoy llamamos “pirateo”) de un disco; se llamaba “Hotel, dulce hotel” de un tal Joaquín Sabina. Él no tenía ni idea de lo que llegaría a representar esa música en su vida.
En aquel pequeño pueblo quizá pasó los mejores años de su vida. Con el tiempo, las amistades fueron creciendo, sus padres económicamente se fueron afianzando, él aprobaba con soltura sus asignaturas en Salesianos, y aunque todos los días tenía que levantarse muy temprano para coger ese autobús que le llevaba a la ciudad de los Cerros, por la tarde de vuelta en el mismo, aprovechaba para hacer algunos deberes o estudiar algún examen. Ganaba tiempo para poder jugar al futbol, pero lo que más le gustaba era ponerse los auriculares por la noche en la cama y recitar al compás de la música que algunas veces solía recostar su cabeza en el hombro de la luna, y hablarle de esa amante inoportuna, que se llama soledad.
Quizá fue contra lo que siempre luchó, la soledad. Porque cuando mejor se encontraba en aquel lugar, y después de haber cambiado los Salesianos por un instituto de Formación Profesional buscando un mejor futuro a través del aprendizaje de una profesión, de nuevo la familia decidió, y por su bien, que era mejor trasladarlo todo a una ciudad. Tenía que volver a dejarlo todo… amigos, amores de adolescencia, aficiones, la libertad de correr por las calles jugando al futbol o con su bicicleta, sentarse en el portal de la casa a la luz de la luna, etc.… pero sus padres tenían razón. Era lo mejor para todos. El trabajo estaría más cerca, los estudios también. Se instalaron en aquella ciudad de los Cerros.
De nuevo vuelta a empezar, aunque ya había pasado un año allí. Pero aquella temporada en aquel colegio religioso, sabía perfectamente que volvía cada día a su hábitat natural y que le acompañaban los que por entonces eran sus mejores amigos. Vuelta a empezar, a conocer nuevas gentes, a intentar seguir haciendo lo que más le gustaba, a seguir estudiando y desear no volverse a encontrar un lápiz que no era suyo encima de su pupitre. Era lo único que deseaba.
El lápiz no se lo llegó a encontrar. Pero se encontró algo peor. Las pandillas y los círculos cerrados de amistades, surgidos, trabajados y cultivados hace tiempo y en los que era difícil entrar.
Quizá esta ciudad rodeada de una hermosa muralla y que había sufrido a lo largo de su historia el paso de griegos, cartagineses, visigodos, romanos y árabes, que había sido ciudad fronteriza y reconquistada, haya heredado a lo largo del tiempo esa discreción, ese hermetismo y esa impermeabilidad hacia lo que viene de fuera.
Úbeda es señorial y noble le decían. Gótica, renacentista, campesina, artesana, penitencial, forjadora y alfarera. Su cultura y su grandeza gozan de un misterio que no por ello dejas de amarla con mayor intensidad. Pero también cautelosa y defensiva porque, como leí en algún libro de poemas, contó con enemigos fuera y dentro de su espacio, y nunca quiso ser de nadie.
Él todos los fines de semana, se preparaba para salir a dar una vuelta. Sus padres le preguntaban;
-“¿Has quedado con alguien? ¿Cuándo vuelves?
-“He quedado con algunos amigos del instituto y una chica que conocí en los Portalillos”
Daba un paseo caminando despacio, se cruzaba con la gente, intentaba ver alguna película en el cine de verano, o se tomaba una cerveza bien fría en algunas de las terrazas de la avenida. Luego volvía paseando igual de despacio que cuando había salido un par de horas antes.
Cuando llegaba a casa, se quitaba la ropa y entraba sin hacer ruido a su habitación. Su madre, como siempre, estaba despierta pero no le decía nada.
Se acostaba en la cama, se ponía los auriculares, y recitaba al compás de la música:
Algunas veces vivo, y otras veces la vida se me va con lo que escribo… algunas veces busco un adjetivo inspirado y posesivo que te arañe el corazón… luego arrojo mi mensaje, se lo lleva de equipaje una botella, al mar de tu incomprensión… no quiero hacerte chantaje, sólo quiero regalarte una canción…

Al día siguiente, durante el almuerzo, ninguno hablaba de la noche anterior.

Pero nada es para siempre, y siempre es demasiado tiempo. Se casó con esa chica que conoció en los Portalillos, siguió descubriendo música en otras cintas  de cassette de la época. Rock, blues, country… acudió a sus primeros conciertos cuando visitaba la ciudad alguna banda interesante. Y sobre todo conoció a través de Sabina, a otros grandes cantautores de la época. Aute, Víctor Manuel, Silvio Rodríguez, Hilario Camacho, Rosa León, Serrat, Ana Belén…

Y aunque con el tiempo, a duras penas, consiguió tener un discreto círculo de amistades, seguía sin entender ciertas costumbres y tradiciones como las procesiones en Semana Santa y ciertas actitudes, que siendo comunes y conocidas, no quería llegar a compartir. “Como no eres de aquí, no lo entiendes”. –“Explícamelo, por favor” contestaba sin mucho convencimiento él.

Tuvo dos hijas, Natalia y Rocío. A la segunda le puso el nombre él. Tuvo el privilegio de elegir y no lo dudó.
Por fin y al cabo de mucho tiempo pudo disfrutar en directo de uno de sus mayores ídolos…. Como habéis podido comprobar, no hace falta adivinarlo. Y además ubetense para más señas. Joaquín Sabina. Fue en el antiguo campo de futbol de San Miguel. Y estrenaba disco en aquella gira: “Esta boca es mía”. Él siempre lo recordará como alguno de los mejores conciertos en directo que ha visto nunca. Le llamó sobre todo la atención una canción: “Peor para el sol” del disco “Física y Química”. Aquella noche, de vuelta a casa, y en su habitación, pensó, “hoy me costará dormir”.
Desde entonces recordaba con más vehemencia aquel lápiz del pupitre que no era suyo, y pensó: “¿por qué no escribes?”  Surgieron las redes sociales, donde dejaba al azar algún aforismo o poema de principiante, pensado al azar y sin importancia.  No dudaba en criticar las cofradías porque le parecían círculos cerrados empeñados en hacer florecer cultos o penitencias, que al menos desde fuera, le parecían ficticias o mas bien de “cara a la galería”. Seguía sintiéndose un extraño en una ciudad que no guardaba ningún parentesco con él. Seguía sin entenderlo porque él no era de aquí.
Y un día quiso dar un paso adelante. Por aquel entonces había una gira musical por el país, denominada “Noche Sabinera”. En uno de los conciertos del maestro Sabina en Úbeda, conoció en persona a Pancho Varona, y al resto de componentes de la banda, que junto con la corista Mara Barros formaban parte de aquel espectáculo  donde, interpretaban una canción de Joaquín y el público que se animaba, junto con ellos, salía a cantar la canción que más les gustaba. Lo propuso y pidió ayuda al concejal de cultura entonces, del Ayuntamiento de Úbeda. Le recibió y le atendió un secretario del mismo. Tomó nota y quedaron en que le llamarían. Hasta hoy no hay noticias.
Un tiempo más tarde, dando un paseo despacio por la ciudad, se encontró con un cartel que decía: “Sabina por Aquí”. Animó a su esposa a que le acompañara, con la excusa de que la artista invitada era Zahara, y además se celebraba un concurso de cantautores.
El colectivo que se encargaba de organizar el evento se llama “Peor Para El Sol”. Fue una velada magnífica y su esposa le animó a apuntarse a aquel grupo. Él le contestó: “No me gustan los círculos ni los grupos cerrados, ya te lo he dicho”. Siempre había sentido admiración por las organizaciones abiertas donde cada uno tenía su espacio para dar lo mejor de sí, sin límites, con respeto y con libertad para proponer cosas que podían a llegar a tener buen fin o no, pero que siempre tuvieran cabida entre todos.
Hoy él forma parte de ese colectivo, y gracias a ellos ha conocido a grandes maestros de la literatura, la música y la fotografía. Le ha permitido participar en lo que más ama, la cultura. Y sobre todo le ha permitido aportar su granito de arena y a su manera, en esta ciudad maravillosa, de la que ahora sí se siente comprendido. Y paradojas del destino, ahora forma parte de un círculo, lo que él tanto odiaba. Pero es un círculo abierto, donde ha encontrado unos amigos que le han devuelto la esperanza y la felicidad de compartir la amistad por encima de todo. Ha reído, ha bailado y ha llorado con ellos. Como en aquellos años de su niñez en el pueblo rodeado de olivos, donde hacia exactamente lo mismo con sus mejores amigos… donde jugaban por jugar, sin tener que morir o matar, donde vivían al revés, donde bailar era soñar con los pies.
Y sin embargo, lo que más le gusta, sigue siendo, después de largas jornadas de trabajo, volver a casa, encender un cigarrillo y no terminar ningún crucigrama, sino escuchar a los viejos y nuevos cantautores con una cerveza bien fresquita, mientras lee poemas de algún viejo libro.
Después de tanto tiempo, cuando se va a la cama por la noche, ya no se pone los auriculares. Sólo intenta recostarse en el hombro de la luna, pensar en esa amante inoportuna que se llama soledad, y soñar… soñar con aquel “maldito, bendito lápiz” que aquella vez dejaron en su pupitre y que nunca había robado.
A él lo conozco muy bien, y sé que ese lápiz provoca que hoy les esté escribiendo a ustedes. Si lo tienen a bien, disfruten de la lectura. Yo siempre se lo agradezco.
Y como bien dijo D. Antonio Parra Cabrera en su poema:
Asombrosa ciudad, asomada
A las aguas del Guadalquivir,
Al calor de tu piedra dorada
Yo quisiera por siempre vivir.
Muchas gracias a Cecilio Aguilera por permitir expresarme y  formar parte de esta magnífica revista local. Y agradecimientos por supuesto, a “CUCHA”, por abrirme esta ventana a nuestra querida ciudad.

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