domingo, 25 de marzo de 2018

UNA HISTORIA DE AMOR


UNA HISTORIA DE AMOR





Ha pasado tanto tiempo que quizá él no lo recuerda. Fueron largas tardes y noches juntos. Él empezaba a conocer el mundo y juguetear con él, intentando asimilar las cosas nuevas que le ofrecía la vida. Descubrir el mundo, sus verdades y mentiras.
Y ella siempre junto a él. Por sus calles, vivieron experiencias inolvidables. Se besaron, se amaron y se abrazaron en cada esquina, intentándose conocer cada vez más. En la Tasca Chinarrale, le cantaba las canciones más hermosas, y ella sabía siempre agradecerle con una sonrisa, con un abrazo, con una copa.
Ella no conoció otro mar que el de olivos; sus piernas largas y esbeltas solo andaban por calles empedradas y antiguas, rodeada de edificios viejos y palacios renacentistas. Tenía una forma de ser muy cerrada, y a la vez abierta con el visitante, al que nunca le negaba el saludo y la hospitalidad. Humilde y a la vez orgullosa. La niña vieja de la mantilla que nunca deja de procesionar en Semana Santa. Si alguna vez la ves de madrugada, será porque vuelve de ver como se despide “el Santo Entierro” y “la Virgen de la Soledad”, o quizá porque venga de cerrar algún bar con sus fieles amigos. Algunas veces le cuesta dormir, y piensa que podría intentar mejorar en su manera de ser. Yo creo, sin embargo, que más bella, es imposible menester.
Y sin embargo, aunque ella sabía que era la primera, que juraría que él daría su vida entera, también sabía que más tarde o temprano la engañaría con cualquiera. Él necesitaba serle infiel, conocer otras tierras, otras experiencias, otras mujeres, otros amigos y comenzar a expresar sus sentimientos, liberar sus pensamientos, estudiar y aprender que había otra forma de vida, y que la literatura y la música van más allá, y que no tiene fronteras. Por ello viajó en uno de esos trenes que iban hacia el norte, paso aventuras y desventuras, se vio esposado delante del juez. Cambió de casa, de oficio, de amor. Terminó la “mili”, y se metió en un piso; tuvo varias mujeres, pero se enamoró de la que más le quiso.
Y ella, que siempre le consiente, y lo comprende todo aguardaba el paso del tiempo. Alguna gente no entendía esta relación de amor y odio. La mayoría le aconsejaban que no lo esperara más. Pero sin embargo, en su cariño hacia él, soñaba que viajaban juntos a países invisibles, o no tan lejanos. Que paseaban juntos por Londres, sin que la distancia marchitara la relación, perdiéndose el uno y el otro, convirtiéndose en dos desconocidos.
Comenzaron los desencuentros, y aparecieron otras ciudades como Madrid, otras mujeres. Mientras él escribía canciones y llegaban sus primeros éxitos, malvivía en otras casas, dejándose el corazón en otras camas. El pasado se iba apagando poco a poco. Ella contemplaba su devenir desde la distancia, sus éxitos y sus fracasos.
Dicen que alguna vez la echaba de menos, y entonces, mientras a ella le daban las diez, las once y las doce y la una, esperando alguna señal de su amado, él la visitaba, cuando menos lo esperaba, de madrugada, ella dormida y recorría sus calles empedradas y antiguas, rodeada de edificios viejos y palacios renacentistas. Porque aunque a ella se lo dijeran mil veces, mas nunca quiso poner atención, siempre le esperaba hasta muy tarde, ningún reproche le hacía y lo mas que le preguntaba era que si la quería.
Aunque nunca se lo dijo, y menos aún, nunca se lo cantó, siempre la quiso lo suficiente. También sabía que ella estaría allí, esperando siempre, con los brazos abiertos, y que cuando más lo necesitara, volverían a estar juntos. Ella jamás sería “la recién casada que nunca se acordaba de él”.
No sé si se moría por volver, con la frente marchita, como cantaba Gardel, pero si sé que con agüita del mar andaluz, enamoró al público y llegaron los grandes éxitos. Un día, unos “peces de ciudad”, se pusieron a trabajar en común, para recuperar esa relación de amor y odio entre los dos. … Y volvió. Él sabía que ella siempre estaba allí, que siempre lo entiende todo y que su amor era eterno, durara lo que durara. Y le entregó como muestra una medalla, para que no olvidara de por vida su cariño. Y ella por fin, lo vio emocionarse abrazados, paseando como antaño, mirándose en cada esquina, lanzándose sonrisas, cantando sus canciones y bailando como si nunca hubiera ocurrido nada.
Podría haber sido una historia de amor entre una bella dama y su caballero, como cuenta la leyenda de los cerros, pero no. Era y es la historia de amor y odio, de distancia y fraternidad, entre una madre y su hijo. Entre Úbeda y su predilecto: Joaquín Sabina.
Por los cerros de Úbeda anduve el otro día
de vuelta a los zaguanes azules de mi infancia,
los olivos bordaban su antigua geometría,
el tiempo es un exilio más cruel que la distancia.

Escarbé en los desvanes de los viejos baúles
buscando en dobles fondos el eco de una brasa,
los años apolillan los besos y los tules,
ninguna edad es buena para volver a casa.

Con su trabajo sucio las uñas del olvido
se ensañan con el luto del alma trashumante,
de todo lo ganado, de todo lo perdido,
apenas sobrevive la sombra de un instante.

Aquí nací; sin bici ni perro que me ladre
dejé en los soportales la huella de mi canto.
Aquí, ya en otro siglo, las hijas de las madres
que amé tanto me besan como se besa a un santo.

Yo iba a los salesianos, ella a las carmelitas,
calcetinitos blancos y babi azul marino,
la tarde que me dijo que sí la margarita
estrené un corazón fluvial y ultramarino.

Dormitaban los trenes en Linares-Baeza
sin pasar por tu Mágina, pobre Muñoz Molina,
la miel de otras colmenas hervía en mi cabeza,
entre tantos Martínez elegí ser Sabina.

Arrecia el vendaval de hojas de calendario,
la luna es un semáforo de carne de membrillo,
esta noche me espera Madrid, otro escenario
y tres generaciones del rosa al amarillo.
Joaquín Ramón Martínez Sabina



Asiduo a los placeres de la vida
que otorgan la hidalguía y sus maneras
se oxidan los relojes en la huída,
de un pecho y su estallar por peteneras.

Adicto a las verdades más profundas
que ofrecen los olivos más sabrosos
capeando con verónicas oriundas.
¡Familia; amigos; días tenebrosos!

El es el primo hermano de mi pecho
que vive sin saberlo y con derecho;
se lleva mi confianza en su descuido.

Joaquín es el colega de Caínes;
hermano de este Abel que en sus confines;
me guinda una sonrisa alicaído.

Joaquín Palomar. ©


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